Muy pocas personas en este planeta saben de quién hablo. Más de siete mil millones de personas y el Dálmata es una especie de clave íntima a la infancia de menos de media docena de personas. Lo cierto es que era un trabajador en lo que hoy denominamos genéricamente "administración y servicios" en un internado religioso de los años setenta del siglo XX, en Madrid. En cuanto lo vi me vino a la mente la imagen de esos cánidos tan "lindos" pero que a mí me parecían, sinceramente, horribles y, sobre todo, horteras. Eran los ojos de un niño de diez años.
Aquel hombre me parecía un múltiple prisionero, perdido en ese traje y debajo de ese bigotillo tan lineal y de moda. Me trasmitía todo el servilismo -aunque yo no conocía ni la palabra ni el concepto- que precisamente veía en algunos perros, prestos a acudir a la llamada de sus amos. Digo múltiple porque creo que, como casi todo el mundo, tenía que obedecer a demasiados "dueños", superiores, jefes o personas de su entorno.
Además, yo creo que también tenía un olfato, un oído y una vista privilegiados. Adoptaba posturas que me recordaban a los "pointer". Era como un verdadero detector de travesuras e infracciones.
Me sorprendió mucho al ver cómo se sonrojaba cuando el padre prefecto lo llamaba. De pronto, me venía a la memoria su imagen super-simpática con las madres y los padres que, por cierto, le daban muchas veces una propina, que contrastaba con la del hombre ya maduro, quizás cuarenta y tantos, quizás cincuenta y pico, que mantenía una actitud seria y hasta grave y que, llegado el momento, se enfadaba, como Dios quiere y manda.
Lo cierto es que ahora, cuando observo, con y sin detenimiento, las actitudes de tantas otras personas, compruebo cómo se comportan. Y lo que me llama la atención es que algunas, calificadas socialmente como muy simpáticas muestran una cara de... pocos amigos, como mínimo, muy llamativa.
Me sorprende esa variabilidad que se me antoja un tanto canina. Por ejemplo, a las cinco, seriedad y distancia. A las nueve, delante de audiencia, simpatía y cariño, como si hubiera un premio, un aperitivo o una evaluación pendiente.
A veces me he planteado si no será un efecto, o defecto, de percepción del observador. Otras, si quizás se pueda tratar de una especie de síndrome, de complejo, de problema de algún tipo. Pero, finalmente pienso en la posibilidad de que se trate de una conducta generalizada que nos ataña a prácticamente todo el mundo.