sábado, 18 de diciembre de 2021

Del árbol caído -el rey emérito- Revilla hace buena leña.

 Yo era un adolescente cuando aprendí de un compañero de 8º de EGB lo que significaba eso de hacer leña del árbol caído. Hizo una exposición brillante y se me quedó grabado.

Ahora, cuando veo a los aduladores de ayer, por no utilizar otros vocablos más soeces y cotidianos, haciendo leña a destajo, pienso en lo tornadizos que somos, en general.

Veamos. Libros y documentos que criticaban con datos muy sólidos al rey emérito Juan Carlos I los conozco yo, que nunca me he preocupado especialmente de este tema, al menos desde 1999. Estoy hablando de un libro del periodista Luis Cacho. En fin, más de veinte años después, es decir, más de veinte años después de mirar para otro lado y de no querer saber o decir lo que se sabía, llega el momento de la crítica feroz. Y digo feroz porque -independientemente de que sea merecida-no se aplica, sospechosamente, esa energía y esa contundencia hacia otras personas de la escena política, empresarial, pública o privada.

Un presidente de una comunidad autónoma tan mediático y hasta histriónico debe saber mucho más que yo, maestro de escuela y aprendiz perpetuo. Recuerdo sus elogios y hasta sus bufonadas hacia el rey. Ahora, todo lo que de positivo pueda haber, se ignora. Se enfatiza lo negativo sin consideración alguna.

-Paco, ¿no estarás defendiendo el delito?

-No, estoy defendiendo otra cosa, aunque creo que no lo voy a saber explicar.

-Es que, vaya tela, fíjate, ¡es tremendo!

-Sí, sí, claro.

Podría ser un breve intercambio de impresiones.

Dice Revilla que una persona que hablaba en los momentos más importantes del año y que decía que hay que cumplir las normas y tal y cual...Pero, si nos paramos a pensar en el largo listado de políticos, empresarios, artistas y demás que han sido objeto de investigación, de juicio y hasta de cárcel, veremos que ya es difícil recordar cuántos y cuan variados y variadas son. Pero, ¿cuánto se les ha criticado?. Y ahora, si esas personas, u otras, o nosotros mismos, hubiésemos habitado entre esas paredes palaciegas ¿qué habríamos hecho? ¿No estaremos viendo la paja, aunque sea presumiblemente grande, en el ojo ajeno y obviando la viga en el propio?

Yo prefiero no tener amigos, conocidos o admiradores como Revilla y tantos otros. 



viernes, 17 de diciembre de 2021

El suicidio en España, silenciado, y aumentando.

Hace pocos días me enteré de la muerte de una joven de dieciocho años en Piedrabuena. A los dos o tres días saltó la noticia del suicidio de la actriz Verónica Forqué. Cuando supe que una chica con toda una prometedora vida por delante se había quitado la vida pensé que tenía que escribir algo. Me vinieron a la mente algunas ideas. Yo sabía que en España el número de muertes diarias por suicidio es muy alto, por encima de la mortalidad por accidentes de tráfico, por accidentes laborales o por violencia de género. Lo que no sabía es que esa cifra está aumentando ni que ahora el número de mujeres estuviera aumentando.
También sabía que esa idea de que la información sobre los suicidios genera más suicidios es falsa. Escuché una vez una entrevista larga a una persona que estaba muy bien informada y que manejaba estadísticas muy fiables. 
La realidad es que, lo que está ocurriendo, precisamente, es que este silencio impuesto está matando. Y me explico.
¿Saben las personas qué hacer cuando se encuentran ante ese impulso mortal? Como sociedad, ¿tenemos respuestas rápidas y asequibles para todo el mundo? Por ejemplo, una persona joven, por las razones que sean, siente que no puede seguir viviendo. ¿Conoce la existencia de profesionales dispuestos a ayudarle a golpe de teléfono? ¿Conoce todo el mundo el teléfono de la Esperanza? Tienen, por ejemplo, desde hace más de cincuenta años, una línea especializada en suicidios.
¿Saben esas personas los miles, los cientos de miles de profesionales y no profesionales que están dispuestos a ayudarles a superar ese bache, ese socavón, ese sendero resbaladizo y peligrosísimo que aboca al precipicio
¿Conocen los diferentes protocolos de actuación existentes en las diferentes instituciones españolas?
La respuesta es desoladora. Me temo que no. El suicidio sigue siendo un tema tabú. Es muy desagradable, doloroso y nos da miedo. Como suena. Así, cerrando los ojos y mirando para otro lado nos parece, como sociedad, que no existe el problema en toda su gravedad, en toda su profundidad y, sobre todo, en toda su magnitud. Porque estamos hablando de once personas diarias en España, ¡que se dice pronto! Sin embargo dedicamos, se dedican horas y horas de los llamados medios de comunicación a hablar de nimiedades, o de tal o cual asesinato, por ejemplo, que se convirtió en un gran espectáculo, por las razones que fueren...Si multiplicamos 365 días por 11 nos sale una cifra impresionante que debería hacernos abrir los ojos y la boca para decir, ¡Ya está bien de ocultar la realidad, por dura y amarga que sea!
Tenemos derecho a estar informados e informadas y se nos está negando ese derecho, en una sociedad que se autocalifica de democrática, abierta, plural, que respeta la libertad de expresión y el derecho a estar informados.
Con el suicidio pasa como con el cáncer, que no da la cara, que no presenta síntomas que nos hagan presagiarlo o poderlo dictaminar y evitar.
Pero también pasa lo que ocurría con el cáncer hace treinta o cuarenta años. Sencillamente se evitaba hablar del tema. En unas jornadas sobre cáncer infantil uno de los familiares de un niño con cáncer nos recordaba cómo tuvieron que luchar para que la planta en la que hospitalizaban a los niños y niñas con enfermedades oncológicas pasara del segundo sótano de muchos hospitales, a la planta cuanta, de Pediatría. ¡Sorprendente! Y es que se pensaba, en aquellos años, que era algo tan fuerte que lo mejor era apartarlo de la vista. Pensémoslo. Algo así viene ocurriendo con el suicidio. 
Nuestros jóvenes y no tan jóvenes tienen derecho a recibir ayuda. Y parece ser que, una de esas ayudas consistiría en crear un teléfono directo de tres cifras. Además, se habla de la necesidad de contratar a más psicólogos en los servicios de salud pública. Pero yo creo, en mi modesta opinión, que tenemos que hacer mucho más. En los colegios, en los institutos, en las universidades, en los pueblos y ciudades, las personas a las que nos preocupa tenemos que empezar a hablar, a reunirnos y a buscar soluciones.
Hay que hacer visible el problema de todas las formas posibles. Tenemos que movernos y conseguir que esta tendencia ascendente cambie drásticamente. Lo que está en juego es, nada más y nada menos, que la vida.