Suelo echar vistazos a las llamadas redes sociales y, en algunos casos, dejo mis mensajes. Intento siempre hacerlo desde el respeto. En un número creciente de ocasiones recibo rápidamente descalificaciones, insultos y "etiquetados" que son verdaderamente llamativos.
Si el mensaje que dejo es para afirmar que algo a alguien de izquierdas no merece esos apelativos rápidamente me tildan de rojo y otros términos. Silo hago hacia la derecha, rápidamente soy un facha o un fascista. Esta debe ser una de las palabras más usadas en estos tensos y absurdos pseudo-debates.
Lo cierto es que la posibilidad de poder aportar un punto de vista y no ser insultado son mínimas. Cada cual en estas riñas o altercados verbales se aferra a lo grueso, al tú más y a topicazos sin sentido y sin fundamento. Tan es así que en varias ocasiones tengo que recurrir a dejar de participar, a denunciar el mensaje de odio o a la ironía.
En la más reciente trifulca en la que he participado, por cierto, en italiano, casi automáticamente me empezaron a tachar de fascista, y a decir verdaderas barbaridades por el estilo.
Y es que alguien publicó varias imágenes del atentado de Carrero Blanco. Los comentarios a dicha publicación no se hicieron esperar. Como viene siendo casi una norma, la mayoría de los mismos provenían de cuentas con pseudónimo y de personas con cero publicaciones. Había varios "aplaudiendo" y haciendo chistes macabros sobre un atentado terrorista que supuso la muerte de tres personas.
Y a mi, por decir que era eso, un atentado terrorista y un asesinato, me endilgaron ese calificativo. Una persona decía que yo debería haber ido en ese coche que voló por los aires y otro, como suele ser ya casi una ley, nombraba a los dos líderes del Fascismo de Alemania e Italia de los años treinta y cuarenta del siglo XX. Con uno de esos avezados comentaristas he mantenido el cruce de mensajes que no voy a reproducir.
En fin, es lo que hay.



















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