Cuando aquella mujer dio por terminada la breve e infructuosa conversación con su fontanero pensó que tendría que aguantar un día más sin agua en su casa. Lo aceptó sin rechistar. La fidelidad, el respeto y las buenas formas eran muy importantes para ella. Sin embargo, un pequeño despiste de apenas unos segundos supondría varios quebraderos de cabeza. No acertó a cortar la llamada y su incauto interlocutor manifestó abiertamente su malestar con un improperio. La receptora no hizo ni un gesto aunque se sintió defraudada. Su madre, que estaba al lado, escuchó perfectamente lo que había dicho el atareado trabajador.
-¡Trae, que le voy a preguntar un par de cosas!
-¡Ni se te ocurra! No lo llames, no pasa nada.
-¡Pero cómo que no pasa nada! No te soluciona el problema y encima tiene la desfachatez de decir eso! ¡Si no me dejas que lo llame, a mi casa no vuelve! ¡Con la cantidad de ...!
-No merece la pena ni pensarlo. Nos tiene que resbalar, cada uno se retrata y nosotros no somos así. Machaconamente su madre empezó a relatar las situaciones en las que se habían tenido que...en fin, en las que la actuación o el trabajo de esa persona había dejado mucho que desear. La última hacía apenas unos meses. Esos fallos los habían sobrellevado siempre con buen talante. Habían aceptado los inconvenientes con comprensión y ahora se sentían, sencillamente, insultados y humillados.
En la televisión, en un programa, la mujer oyó en ese momento decir:
-,,,la confianza es como un material duro, muy duro...pero frágil.,,,
(Cualquier parecido con la realidad es totalmente intencionado, salvo en los detalles de la profesión, la avería, el sexo o parentesco de los intervinientes).
Dedicado a un curioso lagarto de las islas Filipinas.
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