Hace unos años había tres hombres trabajando en una casa muy antigua, en el campo. Era verano. Hacía mucho calor. Llegó un ciclista y preguntó a uno de ellos por su hijo, que estaba allí trabajando. Se trataba de un hombre que ya tenía cumplidos los ochenta años. Venía de hacerse una de sus rutas de muchos kilómetros. Sudaba y bebió agua. Los tres albañiles hicieron un pequeño descanso, bebieron agua y uno de ellos empezó a fumar un cigarro.
El hombre mayor estaba enfadado. Se quejaba no del calor ni del cansancio ni de su edad ni de los muchos kilómetros que había recorrido...Se quejaba del estado en el que se encontraba el camino. Decía que parecía mentira que, habiendo tanto dinero y tantos medios, hubiera gente tan egoísta, tan avara, tan poco respetuosa como para arar hasta el mismo borde del camino, incluso sobrepasándolo. Decía que era curioso que muchas veces esas fincas eran precisamente de los llamados "labradores fuertes" es decir, esos agricultores con muchas tierras y a pleno rendimiento y con economías muy potentes. Recordaba nombres y apellidos de los propietarios, los nombres de los parajes, los cultivos que había habido en otros tiempos y las propiedades y "riquezas" de esos "señores".
No en vano había recorrido ese camino miles de veces a pie, con las bestias y después con el tractor. Ahora lo hacía por placer. Había vivido ya muchos arreglos del camino. Se sentía indignado por esas piedras que se encontraban en el camino provenientes del arado de tal o cual vecino.
Fue casi un monólogo. Los otros tres presentes tenían poco que añadir, salvo asentir y señalar con la mano esa finca cercana en la que se veían las piedras al borde del camino pero, también, ya en el mismo camino.
Uno de ellos dijo que para él lo peor no era que eso ocurriera sino que por allí pasara la Guardia Civil, el Seprona, la Policía Municipal, el aparejador del ayuntamiento, el guarda rural, algunos concejales y nadie parecía hacer nada para solucionarlo.
Uno de ellos dijo que para él lo peor no era que eso ocurriera sino que por allí pasara la Guardia Civil, el Seprona, la Policía Municipal, el aparejador del ayuntamiento, el guarda rural, algunos concejales y nadie parecía hacer nada para solucionarlo.
Otro dijo que era una pena que se gastaran tanto dinero en arreglar caminos para luego permitir que se destrozaran así, sin que se hiciera nada.
El buen hombre dijo que había pinchado pero que eso no era lo malo, que lo grave es que cualquiera podía sufrir un accidente.
La pena es que esa conversación no se grabó ni se repitió ni se difundió. Probablemente hubiera tenido lugar muchas veces y se seguiría repitiendo...sin demasiado éxito. Probablemente hoy mismo esta conversación vuelva a tener lugar...o se esté produciendo ahora mismo...
Dedicado a las miles de personas que sí piensan en los demás, en eso que llamamos "bien público" y que, hablando de caminos, se preocupan de no dañarlos y hasta paran para quitar piedras y basura...como me enseñó un pastor de Fuente el Fresno hace ya más de 35 años.
(Basado en hechos reales, con alguna ligera modificación, en Villarrubia de los Ojos, Ciudad Real)
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