miércoles, 21 de marzo de 2018

El anzuelo.

El anzuelo tiene forma de interrogación.
Con cebo.
Sin cebo.
Está pensado para pescar.
Se disimula.
Se recubre.
Se adorna.
Se mueve.
Baila.
Te gusta.
Te atrae.
Te engatusa.
Te engaña.
¡Y te atrapa!

Pero a veces el anzuelo falla.
Hay quiénes lo llevan escrito en su cara.
Otros en sus labios.
En los ojos.
En un girarse para simular no ver o no ser visto.

A veces el anzuelo es tosco.
Se ve a la legua.
Salta a la vista.
Brilla.
Espejea las intenciones...
¡malas intenciones!

El anzuelo canta,
grita,
susurra,
miente,
exagera,
generaliza,
particulariza,
insulta,
señala,
falta al respeto,
pone en duda,
lo siembra todo
con esa semilla de la desconfianza,
tira por tierra,
se blinda
para erguirse
y golpear
fuerte,
se aposematiza,
y dibuja
a la perfección
la cara de la envidia,
de la soberbia,
del egoísmo
y del odio.

El anzuelo tiene identidad,
nombre y apellidos,
carnet de identidad,
domicilio propio
y social
o laboral.

Se esconde quizás detrás de la fama,
del prestigio,
del clan,
del grupo,
de la familia,
del apellido
o de lo que sea.

El anzuelo
es esa figura
con pinta
de interrogante
y punta
punzante.

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