miércoles, 27 de febrero de 2019

Claro que habría que prohibir el fútbol en España...

Tantas veces he dicho, en privado pero también en público, que creo que se debería prohibir el fútbol en España que ya ha llegado un momento en el que he pensado que debería dar un paso más y explicarlo. El fútbol es un deporte aunque además se haya convertido en un espectáculo de masas de primer orden en muchos países, territorios, sociedades y grupos. Y además, es una especie de "pasión" demasiado desbocada en tantos casos que hacen aconsejable que pensemos si es "normal" o sencillamente "lógico". Como espectáculo de masas el fútbol, es decir, todo lo que hay alrededor viene produciendo verdaderas aberraciones humanas, sociales, económicas, urbanísticas, políticas, informativas, emocionales, periodísticas, educativas, ambientales, culturales, éticas...Y eso está ahí, si se quiere ver como si no. Con un simple insulto, con una frase más o menos ingeniosa se puede zanjar todo lo dicho. Hasta hace muy poco se aludía, por ejemplo, a la sexualidad de una persona para descalificarla, y asunto terminado. O se achaca la "rareza" del osado crítico, y ya está. Sin embargo, la cuestión es de gran importancia. Ver lo que ocurre en España con el fútbol es verdaderamente penoso pero, lo que más duele es el atronador silencio de la inmensa mayoría de personas a las que no nos gusta nada y que tenemos que sobrellevar esa carga de ruído, de imágenes chillonas, de realidades que rayan lo obsceno y lo injusto y que se cuelan a cada instante en nuestras vidas.
Hace unos días, sin ir más lejos, en una emisora de radio nacional, el periodista decía algo así como "Iniciamos hoy nuestro espacio informativo dedicado al deporte enfocando principalmete el fútbol..."¡Sorprendente! ¿Hoy? Pero si es todos los días y a todas horas. Pero si se cambian hasta los horarios de los trabajos y de los transportes para determinados eventos. Pero si se informa más del fútbol que de lo que pasa en el Congreso de los Diputados o en el Senado o en el Consejo de Ministros. Si de dedica media hora en el mejor de los casos a hablar de todo lo divino y lo humano, lo nacional y lo internacional, y otra media a hablar de fútbol...Si tenemos, por hablar de deportes, campeones y campeonas de Europa y del mundo de un montón de deportes y no los conoce nadie...
Pero ¿y la agresividad que genera? ¿Nos lo hemos planteado alguna vez? ¿Es normal? Ya sé que muerto el perro...no necesariamente se acaba la rabia pero algo habrá que hacer.
No entiendo esta sociedad en la que un futbolista es más importante que un médico, que un albañil, que un panadero o que un ama de casa...que pone hasta el aperitivo para que alguien se siente a gritar frente a un televisor. No entiendo este mundo en el que a diario vemos a gente manifestándose y quejándose y nunca he visto nada en contra del fútbol, aunque seamos mayoría. No entiendo que podamos escatimar tanto dinero para tantas necesidades y que no se haga con el fútbol. No entiendo lo que viene pasando en los pueblos y ciudades de España con sus equipos, con sus gastos, con sus fichajes, con sus empresas en torno a este cuasi-circo romano. No puedo compartir ese sentir de pertenencia a un país que se paraliza o se enerva por estas razones y no por otras mucho más importantes. Lo siento. Creo que ya ha llegado el momento de empezar a desmontar esta gigantesca falacia de ídolos, semi-dioses, manejados por unos pocos, para disfrute de una masa que no quiere reaccionar a otros estímulos.
Desde luego es evidente que el fútbol debería estar prohibido en colegios e institutos y que las instituciones públicas deberían hacer lo propio. Visitemos una biblioteca pública, un centro educativo público, un centro de mayores, una sala de urgencias y luego pensemos lo que se podría hacer con la ingente cantidad de dinero y recursos de todo tipo utilizados en el fútbol.
En fin, una pena el reflejo que proyectamos de la sociedad más culta, más rica y más preparada de todos los tiempos.
¿No es sorprendente que se pueda objetar en la declaración de la renta si se desea que se destine una parte de nuestros impuestos a la Iglesia Católica y que no se pueda hacer lo mismo con el fútbol?¿No es sorprendente que un futbolista pueda eludir la cárcel llegando a acuerdos económicos con la Justicia o la Hacienda Pública? Otra opción sería que se construyeran ellos mismos, las estrellas de la camiseta y el pantalón corto, sus propias cárceles, como las mansiones en las que viven, pero con la particularidad de que las vigilásemos con dinero público.¡Madre mía! ¡Aberración tras aberración!

lunes, 18 de febrero de 2019

Sentimientos y palabras, 2. Juzgar, para los jueces.

Muchas veces, consciente o inconscientemente, hacemos daño a otras personas, o nos lo hacen a nosotros. Estamos, en general, muy acostumbrados, a opinar casi de todo y, de alguna manera, a juzgar. Y eso conlleva un riesgo muy considerable y un impacto que suele ser negativo. Juzgar o evaluar no es tarea fácil. Los jueces y todo tipo de expertos que se dedican total o parcialmente a realizar valoraciones, evaluaciones o juicios lo saben bien. Si de lo que se habla es de personas, esas situaciones son más difíciles aún. No es lo mismo decir si un objeto o sustancia, una planta, un animal, un alimento...es bueno o no, si nos satisface, si se ajusta a lo establecido o esperado que hacerlo refiriéndonos a nuestros semejantes. Y, hablando de semejantes, la distancia es un mundo. No es lo mismo juzgar a una persona que vivea mil kilómetros que a la que vive, por ejemplo, en tu misma calle o edificio.
Desde el mundo del pensamiento, de la psicología, de la religión, de los principios y valores humanos se nos inculca, o se intenta al menos, que no se debe juzgar a nadie, pero la realidad no parece entender esas normas. De manera que es "lo más normal del mundo" que estemos siendo juzgados en todo momento y que, a su vez, nosotros hagamos lo mismo. Y de alguna manera, cuando se juzga se dicta sentencia. Y lo preocupante puede ser que hay sentencias firmes pero, sobre todo, erróneas y malintencionadas, deliberada o indeliberadamente. Me explico. Una persona puede tener o sentir envidia -"coseja" que se llama-, celos, manía, rencor, resquemor, miedo, desconfianza, desapego, antipatía...y no ser consciente de esos sentimientos. De manera que puede estar llevando una conducta negativa o "tóxica", como se dice ahora, contra otra persona y pensar o decir que en realidad la quiere mucho, la aprecia, la admira, le gusta, o que lo hace por su bien, con el clásico "quién bien te quiere te hará sufrir"...
Lo cierto es que hay personas que se pasan la vida emitiendo juicios a diestro y siniestro, independientemente de la profesión -incluso de fé-, el status, el nivel cultural o el halo de santidad o maldad que los acompañe. Y esas formas tan peculiares de clasificar, de nombrar, de categorizar, de encasillar... son verdaderamente dañinas.
Retirarse es una opción aunque quizás no sea la mejor. Enfrentarse es otra. Hacer ver que ese no es el camino parece más adecuado, aunque hay personas que no están dispuestas a aceptarlo. Como las hay que tienen toda una cohorte que son, en realidad, parte del problema. Se encumbra a alguien muchas veces y se va generando una guardia personal, un perímetro cuasi policial, formado por la familia, los compañeros de...lo que sea, las amistades, la clientela, los admiradores...
Es muy posible que este tipo de conductas tengan una base, o cierta base, al menos, cultural. Sin embargo, es también plausible que existan componentes psicológicos relacionados con patologías, con complejos, con síndromes, con traumas más o menos ocultos o latentes, con las sinuosidades del carácter, ese escudo o coraza, que decía Ortega y Gasset, creo recordar.
Una persona sana no va por ahí descalificando a placer, ni poniendo etiquetas peyorativas, ni ridiculizando, ni placando al otro, ni minimizándolo ni estigmatizándolo ni marcándolo ni señalándolo...Una persona que ama no hace ni dice esas cosas. Un creyente, un católico, si lo hace, se olvida de la regla número uno de su religión, "amarás al prójimo ..."


domingo, 17 de febrero de 2019

Auto-adscripciones ideológicas políticas y partidistas, y el factor tiempo.

Hace ya muchos años desde que empecé a pensar en las razones por las que las personas nos auto-adscribimos a determinadas ideologías políticas y partidistas. Parece evidente que la familia tiene mucho peso aunque no siempre se siguen las directrices familiares. En realidad, frecuentemente hay personas de todos los colores o siglas en muchas familias. Son muchas las causas que nos empujan o nos detraen de determinadas opciones. La mayoría de la gente, a mi juicio, no suele hablar de estos temas, salvo en círculos cercanos. Con paciencia y atención se puede ir conociendo ese entramado de hechos, sentimientos, decisiones, idas y venidas.
Por si fuera poca la dificultad para entender ese mundo de ideas y deseos, al introducir el factor temporal la cuestión se complica.
Así, siempre he oído decir que con la edad la mayoría de la gente se hace más conservadora. Sin embargo, también he oído muchas veces que con el paso de los años nos vamos haciendo menos radicales, más comprensivos y condescendientes. Idea esta que choca con otra muy extendida que viene a decir que los años nos hacen más exigentes, más impertinentes incluso y, por lo tanto, menos comprensivos.
Se decía que los jóvenes revolucionarios serán los conservadores del mañana. En el caso concreto español hay otros factores que han sido y siguen siendo determinantes en estas auto-adscripciones. Me estoy refiriendo al todavía pesado bagaje relacionado con la guerra civil. Independientemente de los cambios que se hayan podido generar lo cierto es que se mantienen lazos muy fuertes que afloran o pueden aflorar en cualquier momento. Basta una lectura de periódicos, o escuchar conversaciones y proclamas políticas para detectar esas conexiones con lo ocurrido hace ochenta años.
Un factor que no pasa inadvertido es el que tiene que ver con la religión, mayoritariamente, la católica. Nada más que añadir. Ya sabemos que hubo, hay y habrá de todo, como en botica, pero...
El nivel de renta, la profesión, la clase social (¿existen o no existen las clases sociales?)...pueden influir y, de hecho, lo hacen. A veces, muy poderosamente. Aunque haya tantas excepciones como sea necesario aceptar. Recuerdo esa pintada, repetida tantas veces, que decía que no había nada más tonto que un obrero de derechas...Desconozco el alcance real de tal afirmación. En similar terreno se mueven quiénes entienden que no puede haber "ricos" de izquierdas...o que incluso no son consecuentes con sus ideales por no repartir sus bienes.
He tenido la suerte de conocer a muchas personas muy diferentes. Así, mi visión se asemeja más a un cuadro puntillista o simplemente impresionista, con muchos colores, que a una imagen monocromática, "bi" o "tri" color.
Una sorpresa muy muy impactante me la llevé cuando conocí, por primera vez, a una persona que parecía ser más cercano al anarquismo que a cualquier otra ideología. Después la vida pero también mi forma de ser y de actuar, sobre todo, me propiciaron situaciones de lo más variopinto. He escuchado un repertorio muy variado de relatos vitales y de "confesiones" políticas. Algunas, consideradas hoy como delito.
Pero las realidades chocantes no pararon ahí. El día a día, la demoledora y apabullante cotidianeidad me fueron mostrando una abigarrada imagen que en nada se parece con concepciones sencillas o simplistas. El conocido como "cambio de chaqueta" se convirtió en ocasiones, en un verdadero pase de modelos, en un carnaval agitado.
Hubo una conversación que me proporcionó una visión diacrónica interesante. Una persona se declaraba abiertamente progresista  y de izquierdas. Sin embargo, me puntualizaba, si hubiera vivido aquellos años de la II República él no podría haber estado en el bando de izquierdas, por diferentes razones que no vienen al caso.
Ese tránsito preterible lo he detectado en más ocasiones, aunque no fuera enunciado con tanta claridad.
Lo que es evidente es que una cosa es votar, otra es decir lo que se ha votado o no decirlo, otra, lo que de verdad se quiere -que suele ser lo mismo en el fondo en la inmensa mayoría de los casos, por cierto-, otra, que se cambia en muchas ocasiones a lo largo del tiempo por un sinfín de causas, otra más es que no es fácil, de entrada, afirmar, si se es o no consecuente con lo que se dice y se piensa. No hay, o no conozco, escalas u otras herramientas o metodologías para determinar si una persona es verdaderamente de derechas o de izquierdas en este sentido tan estenoico que utilizamos hoy. He defendido muchas veces que en un mundo tridimensional hablar de una imaginaria línea recta es verdaderamente empobrecedor. Algo similar ocurre con la asignación de colores en un mundo como el nuestro. Así, se puede entender que políticamente me haya declarado mayoritariamente daltónico, con una fuerte tendencia al verde.
Adentrarse en la adecuación del esquema elemental de derechas e izquierdas con nuestras formas de vida es terreno más que pantanoso. Profundizando un poco nos chocamos con esa concepción de la carga sociológica de la que generalmente no se quiere hablar. Así, nos encontramos con todo un mundo paralelo, subparalelo o epifenoménico que no hace sino demostrar que el color de unos calcetines, si es que se usan, suele tener muy poca relevancia.
En unas jornadas universitarias con motivo del aniversario de la II República Española un profesor con profundo conocimiento en la materia, y además dilatada experiencia profesional en el terreno de la política, nos dio una verdadera lección a la media docena de asistentes, contando entre esas seis personas a otros tres profesores ponentes. Nos dijo, por ejemplo, que no se puede juzgar el pasado con los criterios del presente, que el discurso actual de la izquierda no se parece en nada al de aquellos violentos y tensos tiempos, que no se puede pensar que los llamados adversarios políticos son "tontos" y ponía ejemplos concretos...
En fin, el refranero nos ofrece máximas muy esclarecedoras, con ejemplos como "obras son amores y no buenas razones" y otros por el estilo. En estos meses en los que las campañas electorales lo envolverán casi todo no está de más recordar que quizás haya que redimensionar a la baja ese bombardeo de palabras.

Bozales y carlancas.

Los seres humanos somos, en muchos aspectos, verdaderamente complicados. Ayer, una persona en el bar decía que había personas que tenían que llevar bozal para que otras pudieran quitarse las carlancas. Un extraño juego de equilibrios, entre la tensión continua.

viernes, 1 de febrero de 2019

Sentimientos y cuestión de palabras, a propósito de "Bagdad Café".

Viendo "Bagdad Café", esa película maravillosa, le surgieron unas preguntas interesantes. Así, se planteaba si era lo mismo el amor que el cariño familiar. Si había un nexo objetivo entre la sangre y esos sentimientos, si las meras palabras podían ser, como decía aquel poeta, un obstáculo o incluso un arma de doble filo. ¿Podía el nombre de un sentimiento modificar la realidad? ¿Una palabra sirve para oscurecer una vida? Al final, no son las realidades del color que las queremos ver. Esos colores del bar de carretera polvoriento ¿son reales? ¿Y nuestros recuerdos? ¿Coinciden con la realidad? Ese arma arrojadiza que vuelve, ¿qué es?¿un mal momento incrustrado, tallado, bruñido, grabado, marcado, esculpido, tatuado...?¿una herida que no cerró bien?
Se puede hablar de amor, de querer, de encariñarse, de dar cariño...pero ¿vuelve el recibido con la misma moneda? ¿La magia de quitar una cartera y devolverla al rato es como la carga afectiva recibida? ¿Hay que devolverla o no hay que devolverla? Como un simple saludo, un comentario, una sonrisa, una mirada, una simple palmada...¿Son de ida solamente? Jasmin quita y devuelve con gracia y alegría. Limpia y calla. Hace el café, cocina y ordena...escucha y valora...No es nadie, una solitaria más, una náufraga en un mar de arena y polvo, una clienta que paga. Al principio un incordio y después una razón de ser.
Brenda es la rueda de una máquina que no para de girar, y ya chirría a cada movimiento...
Y así pueden ser tantas y tantas vidas, con esos colores difíciles de creer, de entrada. Cielos azules, rojos, anaranjados, verdes, marrones, ocres, grises, negros...y cada color, con miles de tonalidades, son en realidad, inmensos mares de formas de sentir y de hacer sentir a los que están alrededor.
Una vez, en una discusión, una persona recriminaba a otra la falta de amor (querer) y la persona increpada se defendía con el escudo verdaderamente fuerte del respeto...
Pero como el bumerán, las vidas van y vienen, se cruzan, se acercan, se alejan, se acaban de golpe, no se vuelven a cruzar...se choca con un depósito de agua o se acaba en la mano jovial, que lo recibe con amabilidad, con franqueza...
Resumir una vida o unos años o la simple convivencia con una palabra es muy, muy complejo. Es como trazar el perfil de alguien con una brocha gorda en un pequeño papel. Simplificar está bien en Matemáticas y, muchas veces, hasta en las conversaciones. Pero tiene un riesgo alto. Desde luego Jasmin, en la película, limpia, ordena, trabaja, acompaña, ayuda, se preocupa, cocina, paga, ríe, escucha...hay quiénes opinan que lo de menos es cómo se llame "eso"...que lo importante es que "eso", se haga.