Muchas veces, consciente o inconscientemente, hacemos daño a otras personas, o nos lo hacen a nosotros. Estamos, en general, muy acostumbrados, a opinar casi de todo y, de alguna manera, a juzgar. Y eso conlleva un riesgo muy considerable y un impacto que suele ser negativo. Juzgar o evaluar no es tarea fácil. Los jueces y todo tipo de expertos que se dedican total o parcialmente a realizar valoraciones, evaluaciones o juicios lo saben bien. Si de lo que se habla es de personas, esas situaciones son más difíciles aún. No es lo mismo decir si un objeto o sustancia, una planta, un animal, un alimento...es bueno o no, si nos satisface, si se ajusta a lo establecido o esperado que hacerlo refiriéndonos a nuestros semejantes. Y, hablando de semejantes, la distancia es un mundo. No es lo mismo juzgar a una persona que vivea mil kilómetros que a la que vive, por ejemplo, en tu misma calle o edificio.
Desde el mundo del pensamiento, de la psicología, de la religión, de los principios y valores humanos se nos inculca, o se intenta al menos, que no se debe juzgar a nadie, pero la realidad no parece entender esas normas. De manera que es "lo más normal del mundo" que estemos siendo juzgados en todo momento y que, a su vez, nosotros hagamos lo mismo. Y de alguna manera, cuando se juzga se dicta sentencia. Y lo preocupante puede ser que hay sentencias firmes pero, sobre todo, erróneas y malintencionadas, deliberada o indeliberadamente. Me explico. Una persona puede tener o sentir envidia -"coseja" que se llama-, celos, manía, rencor, resquemor, miedo, desconfianza, desapego, antipatía...y no ser consciente de esos sentimientos. De manera que puede estar llevando una conducta negativa o "tóxica", como se dice ahora, contra otra persona y pensar o decir que en realidad la quiere mucho, la aprecia, la admira, le gusta, o que lo hace por su bien, con el clásico "quién bien te quiere te hará sufrir"...
Lo cierto es que hay personas que se pasan la vida emitiendo juicios a diestro y siniestro, independientemente de la profesión -incluso de fé-, el status, el nivel cultural o el halo de santidad o maldad que los acompañe. Y esas formas tan peculiares de clasificar, de nombrar, de categorizar, de encasillar... son verdaderamente dañinas.
Retirarse es una opción aunque quizás no sea la mejor. Enfrentarse es otra. Hacer ver que ese no es el camino parece más adecuado, aunque hay personas que no están dispuestas a aceptarlo. Como las hay que tienen toda una cohorte que son, en realidad, parte del problema. Se encumbra a alguien muchas veces y se va generando una guardia personal, un perímetro cuasi policial, formado por la familia, los compañeros de...lo que sea, las amistades, la clientela, los admiradores...
Lo cierto es que hay personas que se pasan la vida emitiendo juicios a diestro y siniestro, independientemente de la profesión -incluso de fé-, el status, el nivel cultural o el halo de santidad o maldad que los acompañe. Y esas formas tan peculiares de clasificar, de nombrar, de categorizar, de encasillar... son verdaderamente dañinas.
Retirarse es una opción aunque quizás no sea la mejor. Enfrentarse es otra. Hacer ver que ese no es el camino parece más adecuado, aunque hay personas que no están dispuestas a aceptarlo. Como las hay que tienen toda una cohorte que son, en realidad, parte del problema. Se encumbra a alguien muchas veces y se va generando una guardia personal, un perímetro cuasi policial, formado por la familia, los compañeros de...lo que sea, las amistades, la clientela, los admiradores...
Es muy posible que este tipo de conductas tengan una base, o cierta base, al menos, cultural. Sin embargo, es también plausible que existan componentes psicológicos relacionados con patologías, con complejos, con síndromes, con traumas más o menos ocultos o latentes, con las sinuosidades del carácter, ese escudo o coraza, que decía Ortega y Gasset, creo recordar.
Una persona sana no va por ahí descalificando a placer, ni poniendo etiquetas peyorativas, ni ridiculizando, ni placando al otro, ni minimizándolo ni estigmatizándolo ni marcándolo ni señalándolo...Una persona que ama no hace ni dice esas cosas. Un creyente, un católico, si lo hace, se olvida de la regla número uno de su religión, "amarás al prójimo ..."
Una persona sana no va por ahí descalificando a placer, ni poniendo etiquetas peyorativas, ni ridiculizando, ni placando al otro, ni minimizándolo ni estigmatizándolo ni marcándolo ni señalándolo...Una persona que ama no hace ni dice esas cosas. Un creyente, un católico, si lo hace, se olvida de la regla número uno de su religión, "amarás al prójimo ..."
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