Yo estaba interno. Tenía diez años. La primera noche me costó mucho trabajo dormirme. Me asombró y alegró comprobar como, ya con las luces apagadas, a las once de la noche, de aquel inolvidable 17 de septiembre de 1972, un rayito de luz que partía de la corona de la Virgen Inmaculada que lucía en el centro del dormitorio. Pensé que cuando se lo contara a mi madre le encantaría. Lo cierto es que cada noche, antes de dormir, ya apagados los tubos fluorescentes, miraba a la Virgen y me sentía protegido e iluminado por esa lucecilla que, se antojaba, estaba dirigido a mí. Mis oraciones y a dormir.
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