lunes, 19 de septiembre de 2022

Joan Baldoví, el valenciano, racismo y el tema de la expulsión de los moriscos.

 Joan Baldoví es un político que, cada cierto tiempo, aparece en los medios de comunicación con sus declaraciones y reflexiones. En los últimos días ha sido noticia por la defensa de una medida polémica: la expulsión de su puesto de trabajo de una profesora de música con treinta y cinco años de experiencia porque no tiene la acreditación lingüística en valenciano.

Sus palabras me han recordado automáticamente al interesante y muy didáctico tema de la expulsión de los moriscos, en las dos primeras décadas del siglo XVII. Uno de los "problemas" que encontraban algunas autoridades y otras personas era precisamente que no hablaban español o, peor aún, que conservaban su lengua y su cultura. Curioso porque este político va de progresista, pero, además, siendo valenciano de nacimiento y habiendo sido Valencia el reino en el que empezó la expulsión y dónde tantos miles de familias fueron obligadas al destierro parecería que debería manifestar otro talante.

Habla de amor a la tierra...No sé, para mí el amor a la tierra es otra cosa muy diferente. Me pregunto qué diría si desde otros partidos políticos se propusiera expulsar de sus trabajos a los extranjeros que llevan aquí determinado número de años, aunque fueran treinta y cinco y no hablan español, o valenciano, o catalán, o vasco o gallego...

¡Palabras huecas! Osea, ¡racismo!

miércoles, 18 de mayo de 2022

"Blanqueando"...término que parece haberse puesto de moda en políticos, periodistas y demás.

 Hoy he leído, muy deprisa, el titular de un artículo de Ignacio Escolar en el que utiliza el término "blanquear" para referirse a lo que está ocurriendo en los últimos días con el regreso del rey emérito a España. No he podido leer la noticia y, sinceramente, no me interesa, pero, de pronto, me han venido a la mente varias ideas relacionadas con esta palabra. Por un lado me parece que se está usando mucho últimamente y eso tiene su parte negativa, como sabemos. A fuerza de repetirla deja de tener la fuerza expresiva y se carga de connotaciones quizás no deseadas.

Rápidamente he pensado si sería el vocablo adecuado para lo que está pasando o si, precisamente, se ha elegido para llamar la atención y trasmitir una sensación concreta de animadversión hacia los gobernantes, políticos y colectivos que ven con buenos ojos el regreso del monarca.

Aparecen en mi mente otros escenarios cercanos y lejanos en los que ese fenómeno del llamado "blanqueamiento" podría aplicarse con más propiedad, pero no merece la pena entrar en detalles. Cada persona tiene su idea formada, con o sin esa mano de pintura blanca. Por cierto, blanquear o dicho de otra manera enjalbegar o jalbegar es pintar de blanco lo que ya era o es blanco, es tapar los "esconchones", los parches, los desperfectos y manchas. 

Lo curioso, lingüística y metafóricamente hablando, es que hay pinturas de todos los colores, por ejemplo, simplificando mucho, negra, verde, roja, azul, morada, naranja...y, por si fuera poco, en realidad, hay millones de colores, matices, texturas, mezclas, combinaciones, diseños...como la mismísima parte ventral  de algunas culebras, de aspecto ajedrezado. Hasta nos encontramos con partes "pixeladas", tapadas, recortadas, camufladas...

Pero lo verdaderamente importante es que lo que se quiere, cuando se usa ese término, es lo contrario, es decir, manchar o, con más exactitud, ennegrecerlo todo. Hacer lecturas medianamente críticas y objetivas o escuchas, es suficiente para demostrar lo que digo. Cójase cualquier tema de actualidad y se comprobará como hay esa forma diametralmente opuesta de ver e interpretarlo todo. Blanquear o ennegrecer, verdear, azulear o enrojecer...sigue siendo demasiado evidente y poco realista, con la cantidad tan generosa de colores y matices que podemos llegar a percibir, siempre que estemos dispuestos a ello.

miércoles, 12 de enero de 2022

Como una retícula de fondo que obliga a seguir un modelo...

 Me contaban que aquel hombre no pasaba ni una. A sus setenta y tantos años se había vuelto intransigente a más no poder. ¡Imagínate! Por ejemplo, una tarde de verano, a eso de las cuatro, pegó un vozarrón por el patio interior de su bloque a unos pobres jóvenes que tenían la música muy alta.

-¡Si no apagáis eso llamo a la policía!

-Es que, ¡vaya tela!¡qué carácter!

-Claro, claro...

Después, pensándolo fríamente, tuve una imagen mucho más cercana a la realidad. Y es que, en España, en verano, a las cuatro de la tarde, la gente descansa. Se intenta reponer fuerzas y, mucha gente, se echa la siesta. Desde luego no son horas para tener la música muy fuerte. Pero, además, le vino a la cabeza el pasado de esa persona, supuestamente tan exigente. Por su profesión había pasado su vida intentando ser un modelo de comportamiento y convivencia. "Lo correcto" había sido una especie de retícula, de entramado por el que se movía, una suerte de mapa que guiaba sus pasos. Y así intentaba comportarse, con ese patrón, basado en lo que había aprendido y lo que daba por válido y hasta por indiscutible. A su familia, a veces, tampoco le parecía bien que se comportara así. Aunque, normalmente, solían aceptarlo y hasta, en ocasiones, agradecerlo, sin decirlo.

El tiempo había hecho que perdiera algo de su natural flexibilidad pero, en el fondo, pensaba más en el resto que en sí mismo. Pensaba que esas normas nos ayudan a convivir y que, cuanto más escrupulosos seamos, más fácil es todo. Ponía ejemplos muy elementales, referentes al tráfico, a las costumbres que se iban perdiendo en las tiendas, en los bares, en las aceras...Desde pequeño le habían inculcado unos valores, a fuerza de normas, traídas y llevadas con refranes, dichos, anécdotas, y hasta nombres y apellidos. También había sentido del humor pero, tras unos años, se había dado cuenta de que no era ni compartido ni admitido por algunas personas muy cercanas. Había, probablemente, hasta rechazo a esas máximas, a esas pequeñas sentencias, a esa forma de ver y, sobre todo, de expresar lo que estaba bien y lo que no. Pensaba que se hacía viejo. Pensaba y pensaba pero no las tenía todas consigo. A su alrededor había de todo, como en Farmacia. En el fondo lo que tantas veces afloraba no era otra forma de ver o de valorar sino, dicho bruscamente, yoísmos sin más, por no entrar en detalles. Viajaba físicamente lo justo pero se tenía por observador. Leía mucho. Escuchaba más todavía. Y pensaba, reflexionaba, analizaba...Y no le cuadraban algunas -muchas-actitudes. Pero, salvo en contadas ocasiones, guardaba silencio.

Era consciente de esa suerte de arrinconamiento emocional que estaba viviendo, pero había buscado espacios de no confrontación, de no devolución de las críticas o desprecios. Se refugiaba en un mundo interior muy rico, muy fluido, intenso y variado. Y, además, sabía huir, aunque no fuera tampoco entendido por esos mismos seres que sentían poco aprecio hacia él. Después de todo, pensaba, las normas de la siesta son casi unánimes en estos lares.