Me contaban que aquel hombre no pasaba ni una. A sus setenta y tantos años se había vuelto intransigente a más no poder. ¡Imagínate! Por ejemplo, una tarde de verano, a eso de las cuatro, pegó un vozarrón por el patio interior de su bloque a unos pobres jóvenes que tenían la música muy alta.
-¡Si no apagáis eso llamo a la policía!
-Es que, ¡vaya tela!¡qué carácter!
-Claro, claro...
Después, pensándolo fríamente, tuve una imagen mucho más cercana a la realidad. Y es que, en España, en verano, a las cuatro de la tarde, la gente descansa. Se intenta reponer fuerzas y, mucha gente, se echa la siesta. Desde luego no son horas para tener la música muy fuerte. Pero, además, le vino a la cabeza el pasado de esa persona, supuestamente tan exigente. Por su profesión había pasado su vida intentando ser un modelo de comportamiento y convivencia. "Lo correcto" había sido una especie de retícula, de entramado por el que se movía, una suerte de mapa que guiaba sus pasos. Y así intentaba comportarse, con ese patrón, basado en lo que había aprendido y lo que daba por válido y hasta por indiscutible. A su familia, a veces, tampoco le parecía bien que se comportara así. Aunque, normalmente, solían aceptarlo y hasta, en ocasiones, agradecerlo, sin decirlo.
El tiempo había hecho que perdiera algo de su natural flexibilidad pero, en el fondo, pensaba más en el resto que en sí mismo. Pensaba que esas normas nos ayudan a convivir y que, cuanto más escrupulosos seamos, más fácil es todo. Ponía ejemplos muy elementales, referentes al tráfico, a las costumbres que se iban perdiendo en las tiendas, en los bares, en las aceras...Desde pequeño le habían inculcado unos valores, a fuerza de normas, traídas y llevadas con refranes, dichos, anécdotas, y hasta nombres y apellidos. También había sentido del humor pero, tras unos años, se había dado cuenta de que no era ni compartido ni admitido por algunas personas muy cercanas. Había, probablemente, hasta rechazo a esas máximas, a esas pequeñas sentencias, a esa forma de ver y, sobre todo, de expresar lo que estaba bien y lo que no. Pensaba que se hacía viejo. Pensaba y pensaba pero no las tenía todas consigo. A su alrededor había de todo, como en Farmacia. En el fondo lo que tantas veces afloraba no era otra forma de ver o de valorar sino, dicho bruscamente, yoísmos sin más, por no entrar en detalles. Viajaba físicamente lo justo pero se tenía por observador. Leía mucho. Escuchaba más todavía. Y pensaba, reflexionaba, analizaba...Y no le cuadraban algunas -muchas-actitudes. Pero, salvo en contadas ocasiones, guardaba silencio.
Era consciente de esa suerte de arrinconamiento emocional que estaba viviendo, pero había buscado espacios de no confrontación, de no devolución de las críticas o desprecios. Se refugiaba en un mundo interior muy rico, muy fluido, intenso y variado. Y, además, sabía huir, aunque no fuera tampoco entendido por esos mismos seres que sentían poco aprecio hacia él. Después de todo, pensaba, las normas de la siesta son casi unánimes en estos lares.
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