Ayer crucé por Puerto Lápice, pequeño municipio de la provincia de Ciudad Real. Siempre que paso por allí me acuerdo de aquel crimen que, hace ya treinta años, quedó impune. Supongo que habrá prescrito y, si se consiguiera detener a la persona responsable, quedaría en libertad.
Lo cierto es que ayer, 22 de abril de 2018, domingo, pasé por la fachada y paré. Hice un par de fotos con el móvil. Se veía el edificio abandonado y la oficina en la el único empleado de la Caja de Ronda murió, ya desmontada. El cielo estaba ligeramente gris y el sentimiento que me produjo no pudo ser más frío. Allí, quizás por eso también lo recuerdo más, había trabajado mi padre, bastantes años antes.
Lo cierto es que un hombre murió con una lezna clavada en la cabeza. Según el diario ABC de entonces, el juez, tras detener e interrogar a la hija, la dejó en libertad.
Ni en El País ni en el ABC se daba demasiada información. Por cierto algunos datos eran erróneos y otros no coincidían entre sí.
Se decía que era muy extraño que hubiera sido una persona forastera la que mató al empleado ya que la carretera nacional pasaba por allí y en aquellos tiempos, 1988, ya tenían cerrado y con mamparas de cristal, de manera que se conjeturaba que debió ser alguien conocido para que le abriera ambas puertas, la de la calle y la de "la pecera", por decirlo de alguna manera.
Por otra parte, el hecho de que se tratara de una lezna introducía un toque peculiar. No parece un arma especialmente aconsejable para nadie pero menos para un simple robo de un banco. El País hablaba de punzón y el ABC de destornillador. A mí, la persona que me contó algunos detalles unos meses después, me habló de "lezna".
Por otra parte, si no había cámaras de televisión ¿qué sentido podía tener matar a aquel hombre una vez conseguido el botín, si se era de fuera y se iba a huir inmediatamente? Aunque la lógica no es siempre aplicable.
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