lunes, 7 de mayo de 2018

La falsa historia del hombre que quemó unos colchones a una familia de inmigrantes sin techo.

La falsa historia del hombre que quemó unos colchones a una familia de inmigrantes sin techo.

Francisco Zamora Soria, abril de 2018.

De la serie "Que me quede muerto."

Hace ya unos quince años, quizás más. Un hombre de unos cuarenta tenía una madrina ya mayor, con ochenta y tantos. Un día, la madrina, que era su tía abuela, lo llamó por teléfono. Era además de sobrino, uno más, su ahijado:
-Paco, te voy a dejar la cocina y el comedor de Fuentes de Macho para ti. Me lo han querido comprar varias veces pero yo había pensado que, como te gusta tanto el campo, te lo dejo a tí. A mi sobrina carnal ya le dejo los plantíos y olivares y ella no va a venir aquí, desde Madrid.
-¡Tía, muchas gracias, de verdad!
-Te pongo una condición, bueno, dos. Todos los gastos los tienes que pagar tú. Y la segunda condición es que lo tienes que tener aquello arreglao, jalbegao, limpio, curioso, ¡vamos!, ¡que se dice pronto! Que yo que no vivo allí, que no tengo coche, que cada vez que voy me cuesta el dinero porque tengo que coger un "tasi", que soy la mayor, que no tengo a nadie ¡y que tenga que ser yo la única que tiene aquello bien!
-Llevas razón, ¿a qué gastos te refieres, tía?
-Lo vamos a hacer todo legal, para que no tengas problemas en el futuro. Va a ser una donación y tenemos que hacer el papeleo, la notaría y el registro de la propiedad. Ya preguntaré yo…Ya te llamaré yo cuando lo sepa. Por cierto, díselo a tu madre, que se va a alegrar ¡qué recuerdos!
-Sí tía, por supuesto que lo voy a tener bien. Se lo digo a mi madre esta noche, cuando me llame. ¡Qué alegría! ¡Muchas gracias, tía, de verdad!

El tiempo pasó muy deprisa. La esposa, los hijos, la madre, los hermanos y los suegros del agraciado se pusieron muy contentos. Ya tenían allí unas habitaciones pero efectivamente no estaban en buen estado. Era una finca que se había dividido en muchas partes y la parte construida, también. Una parte de las que le había tocado a otra tía suya en herencia se había hundido y otras eran objeto del vandalismo, del robo y de la destrucción. 
No viviendo allí, en el pueblo, ningún miembro de la familia, y yendo solo -y no siempre-en los períodos vacacionales, era imposible tener esa parte de casa medianamente decente. Cuando no abrían la puerta y rompían la cerradura o el candado se encontraban con los restos de una silla que había servido para hacer una lumbre o comprobaban cómo se habían llevado la mesa, una azada, un cubo de plástico o un barreño.
La penúltima vez ya fue desesperante, habían entrado por la ventana, rompiendo la reja con una herramienta a motor o eléctrica, según le explicaron. Se llevaron un buen número de herramientas. Puso la correspondiente denuncia, que no era la primera, en el cuartel de la Guardia Civil. 
La vez anterior se habían llevado la puerta, por lo que tuvieron que poner una de hierro. El tractorista le dijo que fuera al chalet y a la casa de un par de amigos y que alomejor reconocía algunos objetos de los que echaba en falta. ¡No lo quiso ni pensar! Fue como un pinchonazo que le dolió y que quiso olvidar rápidamente. No quería ni pensar, aunque sabía perfectamente qué amigos se acababan de construir sus propias casas…Sentía dolor pero tenía mucho por delante, muy importante y muy positivo. Estaban su mujer, sus hijos, su madre, sus suegros, sus hermanos, sus sobrinos, su trabajo, sus estudios, su vertiente creadora, sus creencias religiosas y sociales, su compromiso con determinadas causas, fundamentalmente ecologistas…No quería pensar.
En unas semanas firmó las escrituras, pagó y llevó a su tía unos dulces típicos y pudo ir a la cocina y al comedor recién recibidos a limpiar, aunque estaba todo limpio, y a empezar a utilizar ese espacio. Había mucho trabajo porque quería tener leña, unas herramientas, algunos objetos de cocina, algún arreglo de carpintería, tenían que limpiar el parador de hierbas y pajitos... Llevaba el parador desde el verano en que habían limpiado un poco, sin recibir más que alguna visita esporádica pero sin hacer tarea alguna de limpieza o mantenimiento.
Pero enseguida empezaron las complicaciones. Otra tía suya le había dicho que en sus habitaciones se metían unos chiquetes por las noches. Habían metido allí unos colchones y hacían lumbre y dejaban allí las botellas de bebidas alcohólicas y demás restos. Una patada a la puerta y ya estaba abierta.
-¡Bien me podías echar un ojo a mi vivienda y poner un candao nuevo y sacar los colchones, yo te lo pago!
-Si, tía, claro, el sábado que viene. Yo compro el candao y las delgas y luego me lo pagas.

Ese sábado sacó los dos colchones de la cocina de su tía y los dejó en el parador, al lado del plantío contiguo, en lo que en su tiempo fue el basurero, pero que era ya indistinguible, bajo la noguera, y puso un nuevo candado.
Siguieron él y su familia con los pequeños cambios. Trajeron unos barreños de plástico, unos cuantos productos de limpieza, una fregona…
Pero el siguiente fin de semana se llevaron la primera sorpresa desagradable. Los chiquetes esos de los que le habían hablado, "los Pitis", en esta ocasión habían metido los colchones en su casa, en su cocina, y habían echado lumbre y dejado allí unas botellas de cerveza vacías.
Tuvo que comprar un candado nuevo y ponerlo, sacar los colchones, limpiar y convencer a su familia de que no pasaba nada, que eran unos jóvenes que iban allí por las noches y nada más.
Pero ya había miedo y desconfianza y hasta cierto rechazo a ir en su familia. Esa violación del espacio familiar, ese allanamiento de morada, había hecho mella, mucho más allá del mero daño físico, material y puramente económico.

La semana siguiente "los allanadores" se metieron en la cocina de su tía otra vez, y vuelta a empezar. Y ya la siguiente semana, cuando se encontró los colchones en su casa  de nuevo no se lo pensó, los sacó y los quemó allí mismo.
Vio un par de motos con dos parejas de jóvenes que cruzaban por el camino y frenaban un poco, mirando la escena. Pensó en la posibilidad de que fueran ellos, pero no los reconoció. -¿Serían los Pitis?-pensó.

A la semana siguiente volvió con cierto miedo, tenía un mal presentimiento. Intentaba convencerse de que nada iba a pasar. Pero al llegar, su corazón parecía que se le salía del pecho. ¡No podía ser! ¡Lo habían hecho! ¿Cómo podían haber hecho algo así? ¿Quién lo había hecho? ¡Era totalmente desproporcionado! ¡Sintió un profundo dolor y deseos de no volver por allí jamás!
Dos colchones viejos y sucios quemados por meterlos en una propiedad privada reiteradamente frente al incendio intencionado para hundir una casa en el campo…¡No podía ser!.
El fuego debió ser impresionante. Habían llenado la habitación de sarmientos, de palos y de ventanas y puertas de todas las dependencias de aquella casa. Como les debió parecer poco, arrancaron una parra centenaria con porte arbóreo, la más grande con mucha diferencia, de todo el pueblo y de toda la provincia y, quizás, de toda España. Tenía un grosor de más de un metro y medio. La metieron también dentro de la cocina. Prendieron fuego desde fuera, usando algún líquido muy inflamable, y trapos. Se apreciaban los restos y las huellas en el suelo de la entrada.
El tejado, la chimenea y las paredes de separación con una despensa se hundieron parcialmente. En el tejado quedó un agujero enorme.
La Guardia Civil vino a decir algo así como que tenían otras prioridades, cuando vigilaban por el campo. En el pueblo estaban los bancos los días de diario y en horario de oficina y en el campo, los chalés y los motores y las bombas de riego…estas casas de campo no tienen…

El costo de arreglar el tejado y el resto de desperfectos abrumaba al nuevo propietario, que había disfrutado de su herencia poco más de un mes. No se lo podía permitir. Una cosa era pagar los gastos de la adquisición y otra, meterse de albañiles, con el miedo y casi la certeza, de que se lo volverían a hacer. 
La parra, verdadera joya, árbol singular, era ya irrecuperable. Quedaba la memoria y alguna que otra fotografía. Con el tiempo descubrió que un vecino se trajo a un fotógrafo del pueblo, posó junto a la parra, y con la foto, se hizo unas etiquetas para envasar vino con el nombre de “Las parras centenarias”.
Donde había ilusión, deseo de conservar esa pequeña construcción típica, ganas de trasmitir a sus hijos el amor por el campo, por los animales, las plantas, las piedras, las construcciones tradicionales, …quedó desolación y dolor.
Una denuncia, unas fotos del atentado sufrido y algún que otro comentario poco afortunado, fue lo que vino después, aparentemente.
-¿Qué te crees tú? ¿Qué ibas a poner orden? El que a yerro mata…
-¡Vale, vale, déjalo ahí! Yo no he matao a nadie…¡Encima!
-¿Los Pitis? No, si los Pitis no son nadie concreto, es como decir...

Pero por si fuera poco, parece ser que hubo personas que contaron lo ocurrido de forma tan grotesca y, sobre todo, tan desfigurada, como para que trascendiera una versión aberrante que en nada se parecía a la realidad. ¡El propietario al que habían quemado su casa recién heredada había pasado a ser una mala persona, sin conciencia, que había quemado unos colchones a una pobre familia de inmigrantes que se estaban refugiando en una de sus propiedades!

Y así se dijo en un foro en internet, "Villarrubiadelosojospuntocom", con motivo de un intenso pero muy respetuoso debate sobre la destrucción del Patrimonio histórico-artístico y urbanístico en el pueblo. Era la polémica por la destrucción de la conocida como “Casa de don Bernardo”, cuando ya contaba con la protección oficial correspondiente, cuando había un mínimo de mil doscientas firmas de los vecinos y vecinas a favor y el respaldo de técnicos y políticos de la provincia e incluso el compromiso del alcalde hecho público en los medios de comunicación.
Era una buena forma de taparle la boca a esa persona que tanto escribía, con razones, con datos y sin faltar el respeto a nadie. Era evidente que se trataba de alguien que tenía esa información y que, además, era muy cercana al alcalde de aquellos años, del PSOE, Fernando García Santos. Incluso se dijo que podía tratarse de un amigo muy cercano.
Tras expresar su disconformidad con lo expresado de forma anónima al administrador de ese espacio de diálogo (¿diálogo un lugar virtual en el que uno habla con su nombre y apellidos y otro acusa de falsedades y calumnias escondiéndose detrás de un pseudónimo?) decidió no volver a participar en el mencionado foro virtual.
El tiempo pasó y el tejado se desplomó por completo. Nadie nunca supo nada ni dijo nada sobre los autores. Ante las incipientes preguntas por “Los Pitis” nadie sabía nada…nada se dijo, muy probablemente, faltando a la verdad. Al sargento de la Guardia Civil, de vez en cuando, le preguntaba…pero nada.
Siguieron el vandalismo, la rapiña, el abandono, el expolio y la destrucción. Y por supuesto el guarda del campo, los agentes medioambientales, la Guardia Civil, la Policía Municipal nunca vieron nada.

Un buen día el propietario decidió reconstruir las habitaciones dañadas. Ya habían pasado muchos años. Empezó por desescombrar. Iban allí él, su hermano, sus hijos y sobrinos y pasaban unas horas sacando espuertas, carretillas y brazaos de tejas, de yesones y ladrillos. Tardaron un tiempo, bastante tiempo, iban despacio, algunos fines de semana, unas horas.
Después llevó a dos albañiles,que junto a sus hijos y él mismo echaban también una mano. El segundo día se llevó una gran -y nada grata- sorpresa. Mientras estaban almorzando llegó un coche, un todo-terreno. Se bajaron dos personas y se dirigieron a ellos. Uno de los albañiles, el oficial de primera, hizo un comentario que le resultó extraño:

-¡Poah! ¡Ya tan denunciao!-dijo el oficial de primera, con naturalidad.
Y empezó una conversación muy breve y para él, verdaderamente molesta.
-¡Buenos días!
-¡Buenos días!
-¿Tienen permiso de obras?
-¿Cómo?
-Sí, soy el aparejador y éste es el guarda, ¿Qué si tienen permiso de obras?
-¿Permiso? No, yo no sabía que…
-Pues es que por lo que veo…
-Estamos arreglando un poco y jalbegando…
-Ya, pero están tocando la estructura, tienen que pedir permiso al ayuntamiento, ¿me da sus datos?
-Sí, pero es que esto me lo quemaron, me lo hundieron, lo estoy arreglando…
-Sí, eso lo puede usté hablar con el concejal o con el alcalde, pero tiene que pedir permiso. Pueden seguir trabajando porque no lo van a terminar mañana, por lo que se ve.

Tras su asombro y desconcierto preparó la solicitud, incluyendo la descripción de lo ocurrido, con copia de la denuncia y de las fotografías de aquellos luctuosos momentos en los que le habían quemado la casa, y habló con la concejala que estaba sustituyendo al alcalde. Le explicó lo ocurrido. Ella, agradable y aceptando la escucha del relato, le dijo que, sinceramente, no creía que le eximieran del pago, pero que podía seguir con la obra, que de todas formas era poco dinero lo que tendría que pagar. Así fue. Tuvo que pagar un impuesto por reconstruir el tejado y poner unas puertas de hierro. Por jalbegar no pasaba nada, aunque tuviera un andamio puesto. Le costaba entender que en tantos años de conductas delictivas fuera él el único denunciado. No entendía que tuviera que pagar por poner el tejado que le habían quemado delictiva e intencionadamente y por poner una puerta que también se utilizó en el incendio.

Pasaron unos años y llegó un nuevo propietario del plantío adyacente a la casa. Tras varias conversaciones no exentas de tensión y de extrañas acusaciones, pretensiones y demostración de intenciones de apropiarse de zonas de uso común, le amenazó con tirarle la casa porque, supuestamente, era suya.
Le dijo el propietario que hiciera lo que quisiera pero que tenía sus escrituras y que lo denunciaría. Siguieron en esa tónica hasta que empezaron a causar daños a otras propiedades de la misma finca, con el expreso deseo de adueñarse de unos picos de una parcela. Y el expreso deseo quiere decir que le dijeron abiertamente que se iban a quedar con esos picos de tierra porque eran de una tía suya, ya mayor, que no venía nunca, y que a él qué más le daba, si no era suyo...
Los conflictos, tras unos tres años de denuncias, juicios y demás, siguen en el juzgado. La abogada, el abogado, la procuradora hacen su trabajo, que consiste en este caso en mentir, en justificar lo injustificable y en lanzar acusaciones hacia el propietario que solo defiende lo suyo. Algún juez se lava las manos, como el resto de autoridades. Un perito agrícola le dijo que le iba a costar más el ajo que el pescao, que en estos casos es mejor dejarlo pasar...que te quiten unos metros, en vez de encargar un estudio, de pleitear y defender lo tuyo. El agricultor en cuestión es de los más acaudalados del municipio y, sin embargo, araña unos cuantas decenas de metros de una mujer ya jubilada.
¡Todo sorpresas de cómo funciona el mundo! Entre medias, también maledicencia, provocaciones, malmeter contra personas conocidas y queridas, que si fulanito -una persona muy cercana y respetada y en su momento querida-dijo que cuando tu madre se muera te va a decir cuatro cosas, que si menganito me advirtió de que sois unos rascas, que si lo querís to pa vosotros, que si te crees que las cosas, los arroyos, las sendas, los sendones son pa to la vida, que si en las fotos aéreas se ven las parras, que si tengo que ir andando hasta el tractor y tu coche está más cerca, que si tú ya habrás comío y yo no...

Pero por si era poco, un buen día se encuentra con un amigo al que hacía muchos años que no veía.  Escritor y poeta de profesión, se profesan mutuo cariño y admiración. Se saludaron y tras varios encuentros, se enteró de algo más sorprendente todavía. De ese curioso “capítulo” de su vida tan doloroso y que tantas consecuencias le trajo, el escritor había publicado un cuento en uno de sus libros.
Le dijo que cuando un amigo común le contó que quemó unos colchones de una familia de inmigrantes, se rieron y, por compasión, por cercanía, por amistad y cariño, lo había transformado en una acción positiva, en un cuento de su libro “Donde no llega nuestro grito”. Fue de agradecer ese sentimiento y ese intento de perdonar pero, a la vez, le resultaba curioso que de una vida, de toda una vida en esos momentos de unos cuarenta años, se eligiera ese supuesto capítulo con un toque negativo.
Era un cuento breve, un relato corto, como los del resto del libro, basado en lo que supuesta y muy diferentemente, había pasado. Ese capítulo, titulado "Un mal día" era la caricatura, la deformación y la maniobra literaria de algo que en nada se parecía a la realidad, una verdadera farsa.
La sorpresa del protagonista fue impresionante pero no lo manifestó. Escuchó esa argumentación, que se le estaba haciendo hueca y vacía, histriónica y justificadora -y que le permitía, de golpe, entender algunas cosas-y le contó la historia, la real, la que ocurrió y que, de alguna manera, seguía dándole tanto dolor pero también tantas alegrías.
-Allí, -dijo a su amigo, el escritor-, soy feliz. Llego, echo una lumbre, me tumbo en el suelo y hago fotos de una florecilla o de cualquier bichejo y no necesito más.
Le contó lo ocurrido de forma muy breve. Es, -y le cogió con la mano el brazo suavemente, para pasársela después por el hombro y la espalda- el lugar del mundo que más me gusta... pero también el que más me ha hecho sufrir, y con esas sigo, el mes que viene, sí, en abril, tengo otro juicio. Pero vamos, eso es, resumido, lo que pasó. Después lo usaron contra mí, para taparme la boca, pero bueno, esa es otra historia...
Y surgen las dudas: ¿se debe denunciar formalmente lo ocurrido y la gran falsedad literaria? ¿Será mejor, por el contrario, guardar silencio? ¿Merece la pena decirle al escritor y a su editorial que retire sus libros y que rectifique públicamente su relato? ¿Cómo se puede una persona resarcir de estos daños?¿Cuántas personas habrán leído ese capítulo y habrán descubierto la identidad del protagonista (o antagonista)?¿No es curioso que sea un ecologista el malo de la película? ¿Qué pasaría si fuera o hubiera sido al revés? ¿No debería yo, ahora, difundir hechos, fechas, nombres y apellidos? La gran diferencia es que esa información sería totalmente verídica y lo publicado es totalmente falso.
Y de ahí surge mi convencimiento de que la literatura de verdad tiene que estar respaldada por lo que yo llamo "el patrón carne".Y en este libro, no la hay, al menos, en mi caso.

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