Hace ya muchos años desde que empecé a pensar en las razones por las que las personas nos auto-adscribimos a determinadas ideologías políticas y partidistas. Parece evidente que la familia tiene mucho peso aunque no siempre se siguen las directrices familiares. En realidad, frecuentemente hay personas de todos los colores o siglas en muchas familias. Son muchas las causas que nos empujan o nos detraen de determinadas opciones. La mayoría de la gente, a mi juicio, no suele hablar de estos temas, salvo en círculos cercanos. Con paciencia y atención se puede ir conociendo ese entramado de hechos, sentimientos, decisiones, idas y venidas.
Por si fuera poca la dificultad para entender ese mundo de ideas y deseos, al introducir el factor temporal la cuestión se complica.
Así, siempre he oído decir que con la edad la mayoría de la gente se hace más conservadora. Sin embargo, también he oído muchas veces que con el paso de los años nos vamos haciendo menos radicales, más comprensivos y condescendientes. Idea esta que choca con otra muy extendida que viene a decir que los años nos hacen más exigentes, más impertinentes incluso y, por lo tanto, menos comprensivos.
Se decía que los jóvenes revolucionarios serán los conservadores del mañana. En el caso concreto español hay otros factores que han sido y siguen siendo determinantes en estas auto-adscripciones. Me estoy refiriendo al todavía pesado bagaje relacionado con la guerra civil. Independientemente de los cambios que se hayan podido generar lo cierto es que se mantienen lazos muy fuertes que afloran o pueden aflorar en cualquier momento. Basta una lectura de periódicos, o escuchar conversaciones y proclamas políticas para detectar esas conexiones con lo ocurrido hace ochenta años.
Un factor que no pasa inadvertido es el que tiene que ver con la religión, mayoritariamente, la católica. Nada más que añadir. Ya sabemos que hubo, hay y habrá de todo, como en botica, pero...
El nivel de renta, la profesión, la clase social (¿existen o no existen las clases sociales?)...pueden influir y, de hecho, lo hacen. A veces, muy poderosamente. Aunque haya tantas excepciones como sea necesario aceptar. Recuerdo esa pintada, repetida tantas veces, que decía que no había nada más tonto que un obrero de derechas...Desconozco el alcance real de tal afirmación. En similar terreno se mueven quiénes entienden que no puede haber "ricos" de izquierdas...o que incluso no son consecuentes con sus ideales por no repartir sus bienes.
He tenido la suerte de conocer a muchas personas muy diferentes. Así, mi visión se asemeja más a un cuadro puntillista o simplemente impresionista, con muchos colores, que a una imagen monocromática, "bi" o "tri" color.
Una sorpresa muy muy impactante me la llevé cuando conocí, por primera vez, a una persona que parecía ser más cercano al anarquismo que a cualquier otra ideología. Después la vida pero también mi forma de ser y de actuar, sobre todo, me propiciaron situaciones de lo más variopinto. He escuchado un repertorio muy variado de relatos vitales y de "confesiones" políticas. Algunas, consideradas hoy como delito.
Pero las realidades chocantes no pararon ahí. El día a día, la demoledora y apabullante cotidianeidad me fueron mostrando una abigarrada imagen que en nada se parece con concepciones sencillas o simplistas. El conocido como "cambio de chaqueta" se convirtió en ocasiones, en un verdadero pase de modelos, en un carnaval agitado.
Hubo una conversación que me proporcionó una visión diacrónica interesante. Una persona se declaraba abiertamente progresista y de izquierdas. Sin embargo, me puntualizaba, si hubiera vivido aquellos años de la II República él no podría haber estado en el bando de izquierdas, por diferentes razones que no vienen al caso.
Ese tránsito preterible lo he detectado en más ocasiones, aunque no fuera enunciado con tanta claridad.
Lo que es evidente es que una cosa es votar, otra es decir lo que se ha votado o no decirlo, otra, lo que de verdad se quiere -que suele ser lo mismo en el fondo en la inmensa mayoría de los casos, por cierto-, otra, que se cambia en muchas ocasiones a lo largo del tiempo por un sinfín de causas, otra más es que no es fácil, de entrada, afirmar, si se es o no consecuente con lo que se dice y se piensa. No hay, o no conozco, escalas u otras herramientas o metodologías para determinar si una persona es verdaderamente de derechas o de izquierdas en este sentido tan estenoico que utilizamos hoy. He defendido muchas veces que en un mundo tridimensional hablar de una imaginaria línea recta es verdaderamente empobrecedor. Algo similar ocurre con la asignación de colores en un mundo como el nuestro. Así, se puede entender que políticamente me haya declarado mayoritariamente daltónico, con una fuerte tendencia al verde.
Adentrarse en la adecuación del esquema elemental de derechas e izquierdas con nuestras formas de vida es terreno más que pantanoso. Profundizando un poco nos chocamos con esa concepción de la carga sociológica de la que generalmente no se quiere hablar. Así, nos encontramos con todo un mundo paralelo, subparalelo o epifenoménico que no hace sino demostrar que el color de unos calcetines, si es que se usan, suele tener muy poca relevancia.
En unas jornadas universitarias con motivo del aniversario de la II República Española un profesor con profundo conocimiento en la materia, y además dilatada experiencia profesional en el terreno de la política, nos dio una verdadera lección a la media docena de asistentes, contando entre esas seis personas a otros tres profesores ponentes. Nos dijo, por ejemplo, que no se puede juzgar el pasado con los criterios del presente, que el discurso actual de la izquierda no se parece en nada al de aquellos violentos y tensos tiempos, que no se puede pensar que los llamados adversarios políticos son "tontos" y ponía ejemplos concretos...
En fin, el refranero nos ofrece máximas muy esclarecedoras, con ejemplos como "obras son amores y no buenas razones" y otros por el estilo. En estos meses en los que las campañas electorales lo envolverán casi todo no está de más recordar que quizás haya que redimensionar a la baja ese bombardeo de palabras.